sábado, 11 de diciembre de 2010

Lugares comunes para un pensamiento pequeñoburgués supuestamente diferenciado o ese tufillo a California en todas las vidrieras

Un sábado al atardecer en un barrio se vive mejor. Y si el verano está cerca mucho mejor. Por las calles anchas, diremos, por la brisa fresca de la tarde que se cae pero sin lastimarse, por todo lo que está vibrando en ese momento auspiciando lo que será a la noche.
Tenemos una misión y es pegar afiches para una próxima edición de un festival de cortos en la ciudad. La pegatina se sucede sin sobresaltos excepto la mala onda en alguno de los sitios escogidos, la tardanza en la heladería “de cadena” pues había que consultar al supervisor. Stop: ahí el chico me dice que le gusta el cineclub y que él era socio y que iba con su novia antes más seguido pues ahora tiene que trabajar mucho más tiempo.
Calle ancha, dije, moto que acelera y deja que el viento nos pegue en la cara. Vamos sin hablar, hasta que llegamos al video club arty del barrio. Tiene estrenos, claro, pero es de un coleccionista, así que eso no es pura fiesta de sensibilidad globalizada toooodo el rato. Hay un grupo de amigos eligiendo la peli y empieza mi película de novela noventísima: las chicas de top que deja ver la cintura, los pelos lacios y largos y el hopo en el medio, y el chico con malla hasta las rodillas y remera grandota que deja oculto lo que todavía está ahí, a punto de expandirse como un torso infinitamente abrasador. Stop and then: Madre e hija recorren los estantes del brazo invisibilizado obligatoriamente de uno de los dos chicos que atiende, les dice esta está buena porque es como loca. Ah, a ella le encantan las películas locas, dice la mamá. Cuál sería no pude ver…pero sus avatares de femmes de vidriera California me inflaron el prejuicio un ratito antes de que estalle como un globo cumpleañero puesto a cumplir su función con demasiado ímpetu. Madre e hija son de las que van a rentar películas al son de: ¿cuál está buena? No es necesariamente malo, es un dato el que estoy dando.
Stop and glory: El otro chico que está detrás del mostrador le dice al señor de bermudas hechas de un jean cortado de manera prolija y anteojos de marco de metal-plata que dicen “tengo estos anteojos porque no veo de lejos y punto” (como tranquilizador a esta altura de lo que está de moda gritándonos todo el tiempo desde los escaparates). Bueno, este señor al chico le dijo “-qué buena película me recomendaste el otro día”, y el chico le dice: sí, pero esta me cambió la vida.
Stop por respeto a lo enunciado y sigo: Madre e hija ya están con su cajita de película elegida en la mano y se ríen y espetan: qué buen vendedor.
A esa altura ya pegué el afiche, agradecí, volví a mirar el rostro del niño con las amigas y sentí nostalgia de ese living, esa noche, todos juntos, alguien que pone play y toma un trago de cerveza y se ríe de los dos que están al lado casi besándose, mientras les pone un almohadonazo pero suave en las rodillas.
Salgo del video, D. me cuenta el tiempo que tardé en la gestión, me vuelvo a sentar en la moto y me agarro del asiento antes del primer envión que bambolea y pienso en la pasión pero cuando viene así como avalancha y me quedo ahí, difusa: como aplastada y resurgiendo. Es mi prerrogativa. Un sitio para hacer propio... por no traicionar más al mundo, antes que nada.

jueves, 9 de diciembre de 2010

no escribiría

al leer, pienso:
entonces es eso:
no escribiría,
no exactamente.

sería un balbuceo de letras en otoño
que se retiran hasta que el sol se haga más fuerte

pero así el método,
las palabras llegan al papel quemándose la planta de los pies.