jueves, 30 de julio de 2009

Media Naranja

Si no fuera que es pequeño y muy fuerte y que mordisquea en tu conciencia como sabiendo por dónde estás y que señala las cosas que están mal y se enoja mucho cuando no querés aprender. Que siempre tiene un 10 en declamación, que su cabecita parece estar despierta todas las horas del día, que manipula los objetos con determinación y cuidado y que la gente está empezando a aburrirle más a menudo que antes.
Si no fuera que le sigo de muy cerca, que ya puedo adivinar sus respuestas, que sé dónde dejó ese sweater que está buscando.
Si no fuera que pienso que es difícil de encontrar esa espada con la que atravesar los días en que el viento se vuelve cruel de frío.

Tarjeta postal

Es la noche de año nuevo y son casi las diez y mi papá me da las llaves de la camioneta y me dice que si por favor puedo ir a buscar el cordero. Luego me da unas asaderas, de las más grandes que hay en mi casa.
Recorro las calles que me llevan al lugar que me señalaron y al final de las indicaciones me encuentro con una casa bajita, pintada de un color amarillo que esa noche clara dejaría notar.
Abro una puerta de hierro liviano, que está a la altura de mis rodillas, hay un garage al fondo y en el camino están las huellas de automóvil y un tímido pasto que marca la izquierda y la derecha. Ya puedo ver dónde están asando el cordero y es un sitio con varias parrillas y es también un patio lleno de plantas bien cuidadas. Hay geranios, aloe veras, algunas palmeras pequeñas, unas enamoradas del sol en macetas que no tienen nada pintado y muchos árboles que son paraísos.
Está la familia entera en el patio. Todos lucen dispuestos para la celebración: bañados, vestidos con lo mejor de su guardarropas, peinados y perfumados también. Están sentados en dos hileras de sillas que se agrupan en torno a un tablón de esos de madera sostenidos por caballetes.
El señor que se encarga de asar los corderos es muy amable y antes de que pase nada más me pregunta: vos de quién sos?

viernes, 10 de julio de 2009

Triple X

¿De dónde sale esa mirada brumosa que se afina con cada paso para convertirse en algo cada vez más nítido, tan nítido que corta?
¿De dónde surge esa voz puntiaguda que suelta todo en lo que no cree para dejar atrás nada excepto un puñado de pensamientos moluscos, por la vibración con que nacen, por lo volátil de sus sustancias?
Porque la efervescencia del sentimiento de lo bueno, de lo bellísimo, de lo amable, de lo agradable al diálogo logra una inmaterialidad tal que se desprende rápido de su efigie, cualquiera sea, y entonces ¿hacia dónde ir?
¿Cuál es el vínculo con lo palpable de ese oír convidado de lo más exquisito del manjar? ¿De dónde proviene la sensación de flotar sobre las cosas de mano de las alas de una inspiración divina que se hace propia porque sino, no se escucha?
¿Cómo explicar la causa del deseo de vivirlo todo de nuevo pero más despacio, por favor más despacio?
Las razones acudieron a la cita en forma de un agujero de carne rosada, con forma de labios que de tanto querer gritar y no poder, ardía.

El golpe

Las manos que siempre le gustarían porque eran suaves, muy suaves, inusualmente suaves y pequeñas de manera nunca deseada. Flexibles para jugar, perfectas para llevarte a cualquier sitio y decir que eras para él.
Esas manos eran las más bonitas que nunca sintió, esas manos que le tenían un poco de miedo a la mirada ajena, más que el resto del cuerpo, quizás. Las mismas que se deslizaban por la espalda una y otra vez de arriba abajo, de abajo hacia arriba en esos momentos en que es preferible no decir nada.
Las manos que se estrechaban con las de cualquier otro y ella sin saber qué pasaría entonces cuando otras fuerzas le hicieran frente. ¿Sería lo mismo?
Dejaría de pensarlo alguna vez. Se esfumarían las huestes de imágenes del amor que en un momento no pudo más con el abrazo y entonces mejor la distancia.
Le perdonaría todo, menos sus manos.