domingo, 12 de junio de 2016

Una civilización atrás

Leyó “Nuestro Vietnam”, escrito debajo de una fotografía con los bordes blancos, los colores de la foto eran chillones, la foto fue tomada por sobre la cabeza Cindy, mostraba una mirada con anhelo y tristeza. Cindy fue lo que se dice el amor de su vida. Aquello se había terminado hacía 16 años, luego de haberse ido a vivir juntos a Michigan, por su beca, una convivencia caótica y una separación al son de “pienso que nos quedaban más años por vivir juntos”. Encontró la foto limpiando el ordenador hacía unas horas, la miró durante algunos minutos y cerró la carpeta. Miró por la ventana rectangular de la cocina, los chicos ya se habían ido al colegio. Su esposa los lleva los miércoles. El personal doméstico estaba en otra parte de la casa, de manera que estaba solo. Escuchó al perro del vecino que ladraba sin consuelo, siempre lo hacía a esa hora de la mañana. Empezó a correr por el sendero lateral a la avenida del parque, se juntan siempre muchas hojas sobre los bordes y le diviertía estirar la pierna mientras pasaba corriendo y levantar el hojerío. Dos hombres mayores llevaban orejeras y conversaban sobre una mujer o un trabajo cerca del aparato de los abdominales. Un grupo de chicas corrían de un cono de plástico a otro riendo mientras su instructor las instruía. Más adelante, cuatro chicos hacían pases con una pelota de fútbol. Dos nenas de, aproximadamente, 6 y 8 años, caminaban juntas hacia cruzar la calle, eran hermanas: llevaban el mismo modelo de campera verde, inflada y con las costuras que les marcan rayas horizontales. Una mujer de unos 50 años estaba en el aparato de hacer twist y ejercitar la cintura y tenía los labios pintados de rosa barbie. Un chico subía todo su cuerpo en el aparato de los brazos, en ocho tiempos, 4 veces y hacía fuerza con la cara. Luego elongaba tomándose con los brazos de las orejas del aparato y me daba su culo como única perspectiva posible. La avenida estaba atestada de autos demorados y pensó que algunos debían envidiarle porque eran las 8.00 am, era un día de mayo soleado y él estaba corriendo. Decidió apearme a un grupo de chicos que entrenaban juntos, corrió un tramo del recorrido con ellos, iban algo lento pero seguía siendo una forma de pertenecer. Mientras corría la última cuadra que lo separaba del aparato de brazos pensaba en el amor disputando al tiempo. El amor le hace la guerra al tiempo, pensaba, y cuando le gana, le hace el amor enamorado. Siguió corriendo una vuelta más y a una altura de su giro de cintura para probar otra elasticidad levantó la vista y había un tramo de césped e inmediatamente una bandada de tordos azules que levantaron vuelo. Un hombre de unos 40 tenía una cámara, ya tomó la foto, lo miró y sonrieron.

Realeza

Hoy cuando fui a correr: una calandria real comia un poco más del cabo y el centro de una manzana empezada y abandonada, daba picotazos y vigilaba a los costados, de a movimientos infinitesimales. Un niño se acerca a unos pasos de ese momento y al motor de un dispositivo inflable de propaganda de huertas organicas. Hay un hombre tratando de encenderlo. La madre: -Valen, alejate de ahi. El ave permanece en su tarea. Me puse a hacer flexiones para poder seguir mirando. El cuello y el pico mediano iban de atrás a adelante y a los costados en fracciones de tiempo cada vez más cortas. Una chica desgarbada caminó cerca. Los jeans le colgaban de holgadez en la cola, llevaba un sweater gris 2 talles más grandes, el pelo desgastado en las puntas también era de color gris y unos borceguíes charolados rojos contra el aplomo de su paso desanimado, contra el asfalto húmedo y las hojas amarillas en el piso, contra el frío de la tarde, el cielo nublado y todas tus formas de decirme que no. El ave sigue comiendo y viviendo su instinto, controla su periferia hasta que otro vuelo la desaparece. Del árbol baja una cotorra y de un picotazo se lleva la manzana