miércoles, 28 de octubre de 2009

Plagio

Te quiero para mí. Tres horas? Toda la mañana.Un día. Dos días. Una semana. Tal vez sean unos años finalmente. Muchas horas de caminar juntos. De la mano. Mirando la televisión o el atardecer. Morir de poesía con cada paso de a dos. El momento en que estás pero todo lo que eso indica también. La sensación de eternidad de ese momento. La eternidad hecha una tonta por culpa del amor.
Te lo iba a decir y te invité a que me acompañaras al supermercado. Mientras pasábamos por la góndola de los cosméticos, frente al algodón y los jabones, pensé que tal vez eso que estaba sintiendo iba a ser dicho. Tuve un deja vu. No podía dejar de mirarte pero mejor si no te dabas cuenta y entonces te hablaba de cuánto mejor sería la ciudad si tuviera el río recuperado. Seguí controlando la situación hasta que llegamos adonde estaban los guantes y tardamos un rato eligiendo el color. Un par para el baño y otro para la cocina. Caminamos lento hacia las cajas. Te tomabas el momento con mucha calma y contemplabas los productos de alrededor abriendo los ojos bien grande y sonreías con todo el rostro. Podría estar sonando Morrisey y sería perfecto, el momento ideal, pensaba. Pagamos con cambio y salimos sin problemas. Si tan solo fuera yo un poco menos yo...
Volvimos a casa y propusiste tomar mates o café y preferimos mates. Buscando los fósforos me rozaste el brazo. Cerré los ojos apretándolos fuerte para guardar ese instante por mucho tiempo más.Después abriste la puerta de debajo de la alacena para buscar la yerba y me llamabas por mi nombre a propósito de la imposibilidad de encontrarla. Lo hiciste varias veces y entonces pude saber que era verdad que estabas ahí. Que no era tu holograma. Me transpiraban las manos. Con frecuencia me pasaba, pero ahora más, claro. Decidí ir al baño.
La soledad era lo necesario en casos así. Tomé la cortina de la bañera y la estrujé con fuerza. El plástico quedó un poco marcado por semejante ímpetu. Pensaba con mucha dificultad en todo lo que estaba ocurriendo. Se me aparecía Anita, en domingo, con su vestido a rayas, de algodón y el cuello como de camisa en color azul eléctrico. Me llenaba de palabras la cabeza, las batía después, a nieve las batía y entonces yo salía de su casa y todo lo que tenía que estar diciendo en ese momento fluía como espuma fresca de licuado en verano. Pero, pero, pero, pero, pero...Silencio. Anulización. Paralelismo de situaciones previas. Lelismo puro. Petrificación de extremidades. Capacidad de articulación de palabras en términos de coherencia: vedada. Junto el dedo índice con el pulgar, todavía puedo hacerlo y entonces, cierta tranquilidad. Suspendido en la violencia de esa situación, violenta de lo intrigante para todos menos para mí que sé el final desde la hora primera. Con permisito Monchito, me diría unos años atrás y reiría frente al espejo y la besaría largamente...
Ahora necesitaba un trago. Son las tres y media de la tarde de un martes, pero eso no cuenta. Saldría despacio, del baño y por la puerta principal, luego. Iría hasta el bar de la esquina o a la farmacia. Sí! a la farmacia! O llamo a la homeópata de mi tía Nena que prepare unos líquidos para la tranquilidad. El kiosco más cercano es tristísimo. Verdad sabida por demás que cuando los kioscos están malprovistos adquieren ese irremediable halo de melancolía. Oia...no se escuchan ruidos. Te habrá pasado algo? Hubieras gritado y lo habría escuchado. Será que ya te fuiste? No se escuchan ruidos. Será que ya lo sabés todo a esta hora? Es eso: ya lo sabés. Lo supiste en el minuto 465 y de ahí no hacés más que dejarlo pasar. Oh, por Dios, sos preciosa. No puedo. ¿Cómo entraste a mi casa? ¿Acaso volás? Eso. Por ahí voy a ir. Te voy a derretir. Con tan solo una mirada. Perturbadora, segura, incisiva, mordaz. Acudirán a mi ingenio unas cuantas frases ocurrentes de esas que surgen cuando estoy “colocado”. Sí! Que acudan, que me sacudan. Que si invocara a algún Dios venga tan pronto que no me de tiempo a medir mis fuerzas, ya devastadas por cierto, de todo el trajín del pensar. Ya se sospechará a esta altura que cuando te miro te digo cosas...todas las cosas que te digo cuando te miro y ahora ni me sale un balbuceo tímido de chico de trece años que gusta de una de 16. Atragantado de sentir estoy. La existencia marcada por la duda que está en mi piel y no se quita con maquillaje. Tampoco usaría maquillaje, excepto que la fiesta sea de disfraces. Me corresponderías. Sí que lo harías. Me inventarías esos apodos que tanto me van a gustar. Me cortarías el pelo si te lo pidiera. No me enojaría si me queda mal. Me ayudarías a lavar el auto. Me acompañarías a ver a mi abuela los domingos y me llevarías el desayuno a la cama con algún mensaje original de regalo. Basta de nóminas que parezco una publicidad de cerveza.
Estás del otro lado de la puerta. Lo presiento. Voy a salir.
Y que me parta un rayo si, al decirnos, tampoco esta vez logro invocar una belleza que se te parezca apenas.

jueves, 22 de octubre de 2009

Luego existo

No quiso pisar el suelo ese día,
pensó que mejor flotarlo.
vio por la ventana un buen rato,
con el mentón pegado al vidrio,
comenzó un juego con las figuras que el vapor le regalaba.
Había cierta tranquilidad en las canciones
había que burlar la distancia
En la percepción de las horas habría la prisa
Un vestido azul eléctrico y con brillo para su piel blanca y con pecas.
Quiso fresas, almendras y un rubí.
Una inmovilidad lograda, apenas, frente al espejo y con el rimmel en la mano
Un abrazo infinito siempre a punto de alcanzarla
La lumbre en los ojos buscando
ese pedacito de certeza,
como bordada a la belleza de ese instante.
Malabarismo sentimental.
Atleta de lo imperfecto.
Mordisco siempre al vacío.
Aún sueña con gusto a maracuyá
Un trono de papel,
por malaprendida, caprichosa, injusta.
Un murmullo de mosca atontada pregunta.
De cara al viento,
la noche amanecida iluminando sus rasgos,
una calma aparente echada en la sangre,
en la penumbra de los fuegos artificiales,
suelta una mueca de corazón enloquecido.