domingo, 29 de septiembre de 2013

King Kong

Estabas de espaldas a mí, y yo sentada. Y me dio vergüenza. Y salí del sitio. Tan pequeño era, para todo lo que allí pudiera caber. Entonces estabas solo, y fui a saludarte. Dije un chiste. Nada mal, pienso ahora. Me diste la razón o te reíste apenas. Hablamos. Veinte líneas habrán sido. Y a cada cosa que yo mencionaba, todo se arruinaba. Te hacías más grande, como algo que crece, desde abajo, amorfo al principio, inmediatamente estabas igual de amorfo, seguías creciendo, y yo: cada vez más cayéndome por la espalda, contra tu forma inmensa, que me aplastaba casi, me volvía pequeña, era puro ojos asustados, puro corazón desnudo. Hasta que dijiste eso de la pereza que te daba volver para saludar y partiste. Me junté toda y volví a casa, casi por donde había ido. Y no te vi nunca más.

Jujuy

Empiezo diciendo como un bebé: Poncho puna Abrazo tu cuna. Me gusta ese abrazo Hacia los sitios que aguardan el próximo día Con el mofarse de ser una intensidad plena. Desde aquellos días, Hay otra idea en mí de la tierra, los colores y sus frutos. De donde el río suena Guardo una foto: vos y un perro del lugar, contra uno de los postes en el camino de piedr Los colores también los conservo A veces se asoman, incluso, con la mirada cansada. Me abrazo a ese viento de los cerros infinitos, A los hilos de la bandera bordada que está en el Palacio. A la verdad de esas palabras que se dicen con “r” arrastradas. Esa misma verdad que tu piel guarda. Para cuando el amor se calle, será mi regreso.