lunes, 27 de abril de 2009

Mujer sobre fondo azul

Se la pasaba mirando por la ventana aquella tarde en medio de la puta pampa. Sin observar nada en especial. Sosteniendo un palito entre el dedo índice y el pulgar. Al borde de la pileta recién pintada de ese celeste intenso.
Tiene la cara un poco colorada por todo el sol de ayer. Había dejado la sombrilla chinezca en la casa de la abuela y nadie iba hasta allá para devolvérsela.
Tiene la cara ancha y los ojos apenas rasgados, pero apenas. Las piernas y los brazos y las manos gruesas. Tiene la voz tenue. Los modos más suaves. Se enoja metida para adentro. Se pone nerviosa pero no es su culpa casi nunca. Cuando tiene razón todo resulta ser muy de verdad.
Ella es una pintora. Pinta. Quizás porque no hay otra cosa que le salga mejor. Y dibuja. El día que se tuvo que levantar tempranísimo y estaba de mal humor dibujó una nena enojada con un gallo que cantaba al lado.
No tiene suerte con los chicos, no. Los chicos sin ojos, sin oídos, sin piel que vegetan en el mundo. Y los otros que están ocupados con su espejito y la admiración.
Ah…sí! trabaja de niñera. Porque el trabajo de hada todavía no está aceptado por el Ministerio.
Un día -pienso- ella va a encontrar las marionetas más lindas para jugar a la hora de la siesta.

Misa Criolla

Y entonces tuve que llegar un rato temprano para encontrar el lugar con el tiempo suficiente. Atravesé un arco con luces de colores, seis churrerías que prometen chocolate casero hecho con amor por altavoz. Hay un par de tiro al blanco por muñecos de peluche o pelotas de colores. Un puesto de dulces y frutos secos, otro de cocos acomodados alrededor de una mini fuente de agua.
La carpa dice La Latina sobre la entrada, es de colores blanco y rojo a rayas. Casi todas las carpas son así. En la entrada hay un reloj y una rosa de los vientos y enfrente está la carpa del PP y otra del PSC. Recién dos carpas más a la derecha hay una que replica un aire andaluz con una señora de vestido a lunares rojos y blancos y un rodete muy rígido y una suerte de peineta y aros grandes y brazos anchos y movimientos cortados y las manos haciendo rulitos y zapateo y las niñas atrás con vestidos de color blanco y azul, el pelo tirante, maquillaje en los ojos y los cachetes y las manos apoyadas en la cadera que miran a la señora con ganas de ser ellas las que bailen. La canción la canta un coro y el estribillo pide que al chico le lean la suerte a ver si esa gitana lo ama.
Mientras tanto, en la carpa que dice La Latina, desde detrás del mostrador se nota que la gente se aburre si la música es tranquila y no soportan mucho tiempo sin poder cantar las canciones por encima. Bailan tomados por la cintura y las mujeres ponen la mano sobre el hombro del hombre. Toman cerveza, la mayoría y sino gaseosas cola o zumos. Los que están atrás permanecen parados hasta que les llevamos unas sillas y mientras las acomodamos dudan si serán para ellos o no y dudan si preguntar o no y se acercan con miedo y entonces les damos el sí y algunos sonríen. Si les preguntamos qué quieren tomar de un modo demasiado amable se sienten desconcertados y te lo dicen con los ojos. La música suena tan fuerte que apenas se puede hablar. Desde una mesa de adelante me llaman para pedirme que les lleve dos cervezas más y que cómo es lo de los tamales. Cuentan las monedas delante de mí y me las tiran en la mano. La música sigue ensordeciendo y hay estrofas que dicen mesa que más aplauda y después no entiendo más y no me esfuerzo. Me pregunto qué encuentran ahí. Y si ponen bachata sí me gusta porque ahí hay que tomarse de la cintura y menear con la pareja y al final dar un saltito y otra vez para el otro lado. Hay olor a humo de los pollos al espiedo en versión peruana que hacen en una de las esquinas de la carpa. Las empanadas argentinas tienen una carne que nunca habitó las pampas. La pizza no la probé yo sino Marcela y me hace un más o menos con la mano desde la otra punta mientras da el tercer o cuarto mordisco. La temperatura bajó y cae mucha lluvia afuera y entonces la gente ya no quiere más feria y los que venden los globos rellenos de elio, de colores con fondo metálico se ponen todos juntos debajo de un alero que hay en el predio. Los globos se inclinan todos juntos empujados por el viento. Y cerca del puesto de helados está desprendida una parte de la carpa para que se vea de afuera y la gente sí toma helados aunque afuera llueva así. En el puesto de los pollos al espiedo de versión peruana la torta de frutillas tiene colores fosforescentes. Estoy al frente del puesto de helados por un momento. Entran los Latin King. Parece que antes eran pesados, ahora son adolescentes en masa. Puro reggaeton Latin Power en los jeans ajustadísimos de las chicas, las remeras gigantes y color rosa de los varones, las zapatillas que parecen unos números de más y están desprendidos los cordones, las vinchas del pelo, el pelo rapado menos en la parte de arriba y tirado para arriba con gel, una gorra de fondo negro que dice NY en letras doradas. Dos chicos se apoyan en la mesa del mantel blanco al lado de la heladera de los helados y comienzan a besarse y el love latin power y el fervor adolescente y las pelvis urgentes hacen caer la mesa y le quiebran una de las patas. Lo pensé en cuanto sus labios se chocaron la primera vez. Las señoras de la mesa de adelante me hacen un gesto con las manos que entiendo es que necesitan algo más y yo se los puedo dar. Cuando vuelvo a la barra un chico más bien bajito de unos 22 me pide una Estrella* y yo se la doy recibiendo el ticket y le digo que es fugaz, para que le pida un deseo. Creo que se mordió los labios, pero con desapruebo. En el medio de la pista que se formó con apenas el ímpetu del power latino pero esta vez a fuerza de salsa colombiana, un paki recorre la carpa ofreciendo una foto polaroid por un 5 euros o lo que sea que resulte del convenio. Desde lo más alto en la esfera de la sociedad peruana se apea contra el fondo una mamá que tiene los pechos arribísimo y unos pantalones cargo, un collar negro de pelotas grandes, la piel tostada y el pelo con claritos de corte carré. Baila de a ratitos y come con gusto y también se ríe.
A las siete de la tarde aún es muy temprano y toda la carpa está llena de latas de cerveza en el suelo y bolsas y conos de papas fritas aplastados y la mayonesa y el ketchup y los palillos para agarrarlas, más los descartables de tergopol donde se sirve el pollo y las bolsas de los cubiertos descartables y los huesos pelados a contradiente y las papas que sobran con la salsa roja encima. Decido barrer. Algunas señoras me ayudan a juntar, otros toman con prisa lo que tienen en los platos y se arriman los vasos hacia el pecho. Detrás de la barra hay tres tachos de basura sin clasificar. Atrás de la carpa todos los contenedores de basura estallan. También hay bolsas en el piso. Los parlantes emiten truenos a esta altura de mi oído. Me asusta un momento la inminencia de un diluvio que nos deje allí varados y entonces a vivir todos juntos. A reproducirnos aún más. A agolparnos contra las heladeras y qué importan las mujeres y los niños y las creencias o el Mesías y a tomarnos lo que queda en las heladeras sin ton sin son. A que una vez acabadas las provisiones comencemos a mordernos de a pedazos. A que toda la carpa esté repleta de sangre, cabellos, pendientes, monedas, colillas de cigarrillo, uñas postizas desprendidas y sólo uno de nosotros sea el que pueda salvarse pero a mí quizás sólo me queden los miembros superiores y de tanta viscocidad y basura en el suelo no alcance a salir.
Sacudo la cabeza y cierro los ojos y los vuelvo a abrir. Un chico gordito baila apretado con su esposa con pelo rojo artificio, despeinada de tanto cubata. Se dan piquitos de vez en vez y cuando para la música se acomodan frente al escenario y le piden a su amigo que no se sacó la campera que les tome una foto con una cámara analógica. Es domingo. Son las siete de la tarde. Llueve, hace frío y Marc Antoni rueda por sexta vez en el día: la quiere a morir.


*Estrella es una marca de cerveza.

lunes, 20 de abril de 2009

Fantasía snob

El espíritu azul se encontró aquella mañana con uno transparente y le pidió un cigarrillo. El transparente le dijo que no tenía más, que la noche anterior había resultado demasiado larga, se daba cuenta. Entonces el espíritu azul siguió de largo a través de la arboleda con pequeñas flores blancas aún sin completar el total de las ramas.
Había un concierto esa misma noche, o sea en un par de horas. Estarían todos, lo sabía el espíritu azul porque hacía mucho tiempo que la banda de las comisuras no hacía alguna función pública. ´Ultimamente habían sido sólo conciertos en el living de alguna casa, con la chimenea sin prender.
Lo habían llamado hacía un momento para comer, pero él se rehusaba desde hacía días a bajar a compartir la escena familiar.
Un espíritu rosa lo había puesto a prueba sin sacarlo a bailar en la última fiesta de las terrazas con flores. Habían intercambiado miradas pero hasta ahí llegó su arrojo. Sabía, entonces, que aquella noche tampoco podría atender al desafío. Le faltaba deseo por esos días.
Golpearon la puerta avisándole que la coraza roja estaba al teléfono. El espíritu azul bajó con desgano las escaleras que lo separaban del sitio del teléfono y la voz del otro lado advirtió lo grisáceo del traje deslizándose por los escalones y dejando caer un hola. Lo último que el espíritu azul escuchó le daba una hora y lugar de encuentro.
Se miró frente al espejo para chequear si la sensación de transparencia era sólo una sensación o la certeza manifiesta de lo mal que iban las cosas. Encontró su avatar de flores amarillas por dentro y contornos verdes que pensó podría ir bien. Salió a la calle saludando animado para no seguir preocupando a nadie más en la casa.
La banda empezó puntual y los primeros acordes le profundizaron lo azul en los párpados. Su cabeza pronunciaba los sonidos de la batería y el pie derecho levantaba su punta insistente.
Había un grupo de espíritus índigo sobre la derecha del escenario que no pararon de hablar y reírse. Nuestro héroe no se molestaría sino porque había uno de ellos que lo miraba con desdén cada dos o cinco minutos. La coraza roja trajo cervezas luego de un rato y bebieron mientras las canciones de la primera época sonaban y se descolgaban de los pósters o cobraban volumen desde las tapas de las carpetas o se hacían letras gruesas caminando una detrás de la otras desde las cartucheras.
Los espíritus índigo estaban desperdigados por todo el predio. Se agolpaban contra la barra, los más expresivos se ubicaban en pareja abrazados uno detrás del otro, el resto se deslizaba sobre lo que sucedía en el escenario con la mirada ociosa. Habían algunos espíritus rosas que se abrochaban binchas con el nombre de la banda, en esos momentos apenas perceptibles en que dejaban de tocar. Algún que otro espíritu verde con mechón para adelante se paraba sobre alguna de las gradas de a ratitos, conocía la canción y soltaba frases lúcidas en algún silencio encontrado. Los espíritus borrosos que estaban al lado lo miraban frunciendo el entrecejo. Los espíritus bajitos estaban en la parte de atrás y se tomaban de la mano de uno mayor. Se contaban con los dedos de la mano de un humano. Había dos espíritus rosa con rayas negras junto a un espíritu celeste que sostenían una pancarta rectangular larga hasta el cuerpo de los tres y escrita con colores fluo. Decía: Fans de la primera hora. El espíritu azul los saludó inclinando la cabeza y se mantuvo cerca. Un espíritu verde con un cinturón que termina en un moñito rojo a la cintura titilaba entre los que estaban más al fondo. Estaba sentado con las piernas cruzadas y se movía de la cintura para arriba, su pecho henchido más de lo habitual por momentos. El espíritu azul quiso reconocerla y así tal vez olvidar o su mundo cambiar.
La canción distinta a las demás, la inesperada, la que llamó la atención de los espíritus que nunca antes habían estado ahí (y de los otros también) irrumpió con un fulgor incandescente y el espíritu azul se distrajo de sí y soñó en ese instante que los espíritus de todos los colores quedaban boquiabiertos y nuevos acordes nacerían y los libros más hermosos serían best-sellers y los escritores malditos estarían en la televisión y los que piensan a menudo en el suicidio volverían a amar la primavera y habría más melodías pegadizas que serían un poco menos imbéciles y las películas provocarían un espasmo emocional atrás de otro y habría el doble de ironía y humor negro y todos se reirían y los viejos no pensarían tanto en lo que pasó y se sentarían al sol aún con más calma, y los egos serían menos absurdos, y el miedo a hacer las cosas que nos hacen más lindos nos dejaría más tiempo de ventaja.

jueves, 16 de abril de 2009

Mía

La miró ese día en la fiesta
La sacó a bailar
Le convidó fuego y un cigarrillo
La invitó un trago
Le habló de Grombowicz
Le hizo dar la vueltita sobre ella misma
Le miró las tetas
Le recitó sobre el estribillo la letra de la canción que sonaba
Le pidió el teléfono
La acompañó a buscar un taxi
La llamó al día siguiente
La invitó al cine, a comer, al bar de un amigo
La acompañó hasta su casa
Le pidió entrar
Le convidó un café
Lo enamoró la manera en que ella cortaba un trocito de limón para agregar a su té
Salieron al balcón
La rodeó con sus brazos
Le corrió el pelo del cuello
La miró a los ojos
Le robó un beso
Lo supo:
Le buscaría un apodo. Sentiría un calorcito al principio del estómago cuando sonara el teléfono y fuera ella. Todo en su casa se haría como a ella le gustara. Le compraría muchos libros y se los dedicaría. Le escribiría canciones. Le regalaría flores. La besaría cien veces más sin remedio. Pasearían los domingos por el parque. Irían a tomar helados y a comer algodones azucarados. Montarían en bicicleta. Contemplarían el amanecer y el atardecer. Se irían juntos al mar. Conocerían otros países. Conocería a sus padres. Les caería muy bien. Se casarían de inmediato. Harían el amor siempre en sitios diferentes. Comprarían una casa grande a las afueras de la ciudad y la pintarían color marrón africano. Comprarían un perro y recibirían una tortuga de regalo. Engordarían. Tendrían dos hijos, un varón y una nena. Los irían a buscar al colegio turnándose una vez cada uno.
(fffffffffffffff. Rewind):
La miró a los ojos
Le robó un beso
Ella le correspondió aquel abrazo, con el único brazo que tenía.

Qué decís que no vas a venir...

Al cerrar la puerta tras de sí, ya la había besado. Porque nadie podía verlos entonces, porque no podía sino hacerlo, porque lo apresuraba la idea del día que comenzaba.
Habían dado las doce y ya habían quedado en verse. Son más de 15 cuadras hasta su casa y no había tiempo para caminar. En la farmacia 24 horas compró un cepillo de dientes y chocolate confitado. Esperó su turno en la cola tocándose la cabeza con insistencia. Se acordaba esa canción que le daba vueltas hacía días y la cantaba con la mente: se cansó la ansiedad. Contó las monedas de vuelto como en un acto reflejo y se vio en una vitrina y sonrió acaso sorprendida. Caminó la cuadra que la separaba de la esquina dando saltitos dispares. Tenía el pelo suelto ese día, y el flequillo que apenas cubría la frente se lo había cortado hacía apenas una semana y ya estaba siendo suyo. Sus labios sonrieron apenas al dictarle la dirección al taxista. La última vez había hablado con la conductora, que era mujer, sí, y ella se había emocionado. Casi al término de la jornada, que una chica corra a ver a su amado y te lo cuente mientras vas al volante y ahí afuera la ciudad que huele a hollín más que nada… Le pareció que las dos disfrutaron ese momento. Ahora había tormenta. El calor agobiante se esfumaba con un viento tempestuoso. Conocía apenas el barrio pero llegaron sin dificultad. El taxista maniobraba bruscamente. Las vías del tren estaban cerradas desde hace tiempo aunque igual a veces pasaba uno de carga con no sabía ella qué. No es que la inquietara demasiado en ese momento, pero al menos lo pensó. Cuando cerró la puerta del taxi empezaron a caer las primeras gotas.
El timbre no funcionaba y entonces tuvo que mandar un mensaje de texto para hacer saber que había llegado. Casi al unísono él asomó su cabeza por la ventana con una sonrisa inmensa. Se escuchaba algo de música pero no pudo distinguirla. Se escucharon pasos y la puerta se abrió.
Él la besó en la mejilla, siempre sonriendo. Le preguntó si había comido mientras subían las escaleras con pasos inquietos. La primera vez que ella estuvo ahí no se notó como una vez primera. La habitación estaba iluminada por la pantalla del televisor encendida, la cama apenas arrugada en un rincón donde él se había sentado. Una silla al costado con ropa le sirvió de apoyo para el bolso. Se recostó en la cama. `El preparó té para los dos. Se tardaba un poco y ella se puso un poco nerviosa pero dejó eso absorta por la imagen que el televisor desprendía. Ya había visto la película pero de todos modos: en una habitación amoblada con esmero y dinero, no cabe ocuparnos ahora de en qué proporciones aquello sucediera, Noami Watts se desprende su ceñido pantalón corto de blue jeans y se toca hasta provocarse un orgasmo.
Bebieron el té en la habitación contigua. ´El estaba sentado en una silla, ella decidió que su sitio era al lado de una ventana que empezaba a la altura de su cintura y daba a la calle. Sin demasiada destreza, él maniobraba muchas cosas a la vez: una pipa de agua que un amigo le había traído de Estambul, el teclado de la computadora directo a una ventana de chat abierta hacía rato, la taza pegada a una pila de papeles desacomodados encabezada por una lista de compras que decía Yerba Mate, en tercer lugar. El encendedor muy cerca del monitor dio el primer fogonazo. Fumaron sin prisa y por momentos la conversación se animaba y ella cambiaba de sitio y compartían la silla y él le daba palmadas en la rodilla como nerviosas pero también de reproche. Ese día ella llevaba medias cancán color gris, una pollera corta de blue jeans y el pelo de color anaranjado. Era delgada pero no al extremo, medía un poco más de 1 metro 60 y el talle corto le sentaba pues acentuaba sus piernas largas. ´El no interrumpió la conversación en la pantalla y entonces había momentos de silencio. Ella pensó en fumar un cigarrillo pero se acordó que allí dentro de la casa no se podía fumar tabaco. Podría ir a la terraza pero su urgencia no era tal y entonces se inclinó hacia el gato que estaba apoyado en el alfeizar de la ventana y lo acarició largo rato. El gato empezaba a cerrar sus ojitos de ratos muy cortos y le gustó mirarlo.
It’s been seven nights and fifteen days, since you took your love away. .. Cantó sobre la grabación y se rieron. But nothing, I say nothing can´t take away this blue. Cause noooothing compares, nothing compares, to you…
La habitación más blanca que siempre. Ahí mismo, el día en que se conocieron y después ella habría bailado al son de un disco pasado de moda. Sus caderas se contoneaban mientras no sabía la letra pero igual jugaba al playback mientras acomodaba la noche hecha restos alrededor. ´El le pedía que cantara a veces y eso la ponía muy felíz. Nunca nadie se lo había pedido de esa forma. Salían a bailar mientras él pretendía no reparar en la cantidad de veces que otros la pretendían, iban y venían de la pista con vasos. Los separaba la cantidad de gente mientras Ingrid le contaba que le gustaba una pareja de chicos que estaban cerca del escenario que parecían hermanitos. Iban al baño juntas y hacían un saque y volvían y no podían más de la risa al mismo tiempo que se confundían con un grupo de chicas que estaban detrás hasta antes de lo del baño. Ella había pensado un día -y se los había contado a todos el día del cumpleaños de Lucía- que con el destape de la obesidad como enfermedad asumida en los medios (y vapuleada, ya) pero de todos modos, quizás los gordos no deberían salir tanto de noche pues ocupan mucho lugar en la pista.
Otra vez que salieron él le había dicho que no se molestara. Que él pagaría por los dos. Llevaba botas muy largas. El barrio más lindo que nunca. Las casas viejas y las más modernas que llegaban a los ’80, pensó. El cielo limpísimo fingió no ver cuánto ella lo deseaba ese día pero no tuvo que contenerse ni nada pues simplemente así estarían bien.
Volvieron de la discoteca pasadas las siete y con un dolor de cabeza por tanta champaña les dio por tomar Coca-cola durante años. Ella se agachó para estirar las piernas al pie de la escalera. El la abrazó por detrás y la besó en el cuello. Ella se apresuró a darse vuelta y corresponderle el beso. El le levantó la pollera verde de chantu hasta más arriba de la cintura. El strapless, también verde, no tardó en acurrucarse a la altura del cuello. Dieron pasos pequeños hacia la habitación que estaba arriba. Con mucho cuidado para no caerse y desvanecer el momento y la existencia, él la apoyó contra la pared sin apartarle los labios de los suyos. Las manos no se quedaban quietas, ella estaba prácticamente desnuda cuando se dejó caer sobre la cama. El la tomó por la espalda, le posó sus manos firmes en la cadera y la penetró desde atrás. Ella se movía despacio y con gemidos apenas perceptibles. No hablaban. El la besaba en todo el cuerpo hasta llegar a los pies. Le tomaba los pies con dulzura desde el empeine. Volvía sobre ella pero de frente esta vez. Los gemidos eran menos tenues ahora. Parecía como si llorara por momentos. Él le preguntaba si estaba bien. Ella juntaba sus manos por arriba de su cabeza entrelazándolas. Después agarraba la punta de la almohada y la retorcía. Se cubrían con las sábanas. Sin despegarse. A él le gustaba penetrarla desde atrás, claro. A ella a veces le dolía pero lo permitía porque después de algunos momentos de dolor aumentaba el placer. En momentos repetidos él le tomaba la cabeza por la frente y le corría el pelo de la cara. Todo el tiempo la besaba en los pechos y le acercaba la pelvis urgente. Le mordía el cuello apenas. Ella le mordía los labios con un poco más de fuerza. El la tomaba por la espalda, con todo el peso de su cuerpo encima. Lo encontraba distinto en cada beso. La desesperaba tanto deseo y entonces se escapaba de los brazos hacia la otra punta de la cama. Se acomodaba el pelo fingiendo un final, aunque en realidad no sabía cómo hacer para impedir el orgasmo. ´El la tomó con ímpetu hacia sí y la acostó boca arriba. Pasaron minutos incontables con el dedo índice moviéndose rápido contra su interior. Ella se mordía los labios con fuerza y arrugaba el entrecejo y gimió sin remedio. Se movía para arriba y para abajo con ansiedad. El movimiento era cada vez más insistente. Quería gritar. Sin saber por qué se contuvo. Le dieron ganas de llorar. La cama hacía ruido por los resortes. Sentía el ardor y la humedad de adentro. Le pedía que parara. Musitaba otra vez la misma orden. Abría la boca. Él metía un dedo adentro. Ella lo mordía. Le pidió subirse encima. Con su miembro dentro, los movimientos se hacían incontrolables cada vez. Cambiaron de posición y él volvió a estar arriba. Ella estiró el cuello, después de un grito ahogado dio un sonido seco, desde la garganta y los labios se relajaron.

La luz del nuevo día se colaba de a rayas a través de la persiana, su mano en la espalda de ella. La habitación más blanca que siempre.
Se despertaron tarde y ella tuvo que irse corriendo. Siempre se abrazaban antes de salir a la calle.

Lo digo igual

Vos, que hablás sin antes pensar que podés lastimar /y no estoy hablando de enfrentar la vida sin autoestima/te pido la prudencia que allá afuera ya no existe y convierte todo (ojalá) en selva/te estoy contestando con tu miseria, sin un misterio, con la misma molestia de la que hablás de las cosas que no sabés/ No me vendas tu espiritualidad de cinco centavos aplastados/ No trates de convencerme de tu bravura, no hay de eso en tus ojos sin dolor/No me alientes al delirio cuando ni siquiera probaste dos segundos de un abismo/ No me digas que hueles sangre cuando no conoces las heridas/No me muestres tus fotos de la felicidad /No le creo a tu sonrisa/ En tu Olimpo de cartón corrugado yo no entro/ Tu enojo con esa casta de la que naces se hace en cuatro minutos en un horno microondas/No te amenazo, eso lo sé/ Leés la verdad que todos y te pensás visionario/ El perro que se muerde la cola es tu metáfora nunca entendida /Tu molestia con el mundo está en desuso/Hablás del carnicero porque queda bien/ Ganás. Ganás. Ganás /La verdad está siempre de tu lado/ La pureza no es tu estilo y la trascendencia no te encuentra /Nadie te interrumpe en la estupidez/ Las cartas de papel son una antigüedad/ Lo simple es una pose/La belleza es lo que hace bien / La intromisión es obscena/ En tu modelo no hay mejoras pendientes/ La mayoría nunca miente / Sos el amigo de los dueños /La imaginación te confunde/ Lo inconcluso no es un relato según tu pluma / Apresurás lo eterno/No soportás el silencio /Tus oídos están llenos de caca/Los datos que se corroboran te estorban /La realidad es tu meta/ Quién paga por tu segundo de vida? /Sólo la maternidad innegable/ Hablás de la revolución con la misma ligereza que de la pobreza /La política según te consta es eso que dicen tres personas vestidas de traje negro con corbatas finitas que homenajean a Tarantino /La prostitución es un camino elegido/ La masturbación te sonroja/ La novia de un amigo no se toca /Los medios nos dicen de qué hablar es tu epifanía matinal/ Sentir te parece algo poco práctico , lo desestimaste pero sin querer/ Los que se ríen de los juegos de palabras viven fumados/Los que piden en la calle tienen siempre un padre que espera la recaudación en la esquina/ Los hippies sólo se alimentan de raíces / Si te llama al otro día está muerta con vos/ Si se acostó con vos la primera noche jamás le dirás “gorda”/ El punk es para adolescentes/Las publicidades que hacen covers de canciones disco son lo más/Los chinos son todos iguales/Las películas que valen la pena dejan mensaje/La maleza es tu cabeza.

lunes, 13 de abril de 2009

Ejercicio número 13

Lo pálido y blanco de la piel contra el fulgor de rojos confundidos que quieren ser moras y disfrazan su ingravidez con la soltura de un insecto.

Desde 30 centímetros del suelo, al posarse sobre una hoja escuálida, el mamboretá suelta esas vértebras que nunca tendrá y se pierde entre verdes desesperados por brillar más que nada.

La densidad del aire/ las gotas en las hojas gruesas y carnosas/ los verdes plenos/ centelleantes/los chirridos apenas perceptibles/ el ardor apagado de los moluscos para cruzar hacia otras costas
Todo se conjuga al olfato, como estertores de cuando el mar pasó por ahí.

domingo, 12 de abril de 2009

Vivooooo

Me enamoro. No me enamoro más. Me hago pis de la risa. El después. La frialdad. Lo trivial. Lo frívolo. La Memoria con traición. La traición. La atracción. Esa manera de mirar. Esa forma de escribir. Las manos. La espalda. Las manos sobre la espalda. La fuerza. El beso. Lo apretado del beso. La impaciencia. El ardor. Lo mayúsculo del sentimiento. La velocidad de los días. La mayor cantidad de risa posible. Los abrazos. La fuerza. Los momentos milimetrados por la risa. El balcón. Dos almohadas anaranjadas. El vestido. La canción. Un convite o dos. Los confites. Las películas. Todas las películas. La demora. Las disculpas. Lo bonito del día que empieza en la ventana. La mejor lluvia. La lluvia a mares. Las calles llenas de agua. La cama interminable. Los besos intactos. Las llamadas telefónicas. La piel. Los mejores episodios de la piel. La piel inolvidable. La proscripción. La devoción. Los dedos. La boca. El principio. El orgasmo. La distracción. El metejón. La calentura. La locura. Lo cotidiano. Lo mezquino. Lo que grasa. Lo que importa. La sensatez. La ternura. La imposibilidad. La elección. La decisión. La convicción. Y el instinto? El miedo. La culpa. Contar. Temer y partir. Desenredar. Continuar. Lo continuo. Lo sensible. La sensibilidad y lo indómito. Los demás. La luz y la frescura. Lo que se desvanece. El tiempo. El minúsculo reloj personal. La verborragia. Lo malsano. La confusión. La contorsión. Lo estomacal. La bravura. La conciencia. La cordura. La calma. Cien veces la calma. La mediocridad. Las circunstancias. La altura. Las altas horas de la noche. El calor. La hipersensibilidad del calor. El sexo. La malversación del sexo. El engaño. La ingesta del engaño. La amabilidad del escondite. El sonido de lo absurdo. Lo ensordecedor. Lo amargo. El placer. La manifestación del placer. El mediodía. El culebrón del mediodía. La mesura. Lo inconmensurable. El afecto. La incondicionalidad. La broma. Lo conocido. Lo puesto a prueba. La maldad. Los permisos. La ambición. Los olores y las heridas. Lo afluente. Lo convergente. La modestia. El espanto. La comedia. Lo irreversible. La inconsistencia. La energía. Lo que emerge. Las tumbas. El ejercicio del olvido. El sacrificio que ofrece la manzana en el centro de la mesa, que lleva días sin mordiscos.

Seguridad Social

“Siempre la piñata de la fiesta, nunca el globo desinflándose en el rincón. Y perseguir al resto, estar detrás de cada demostración de in sen si bi li dad. Porque así se mide el mundo de un tiempo a esta parte. Qué cosa más difícil de explicar a veces. La sensibilidad de artista. Más allá están los libros que todavía no leí, pero hay mucha intuición en el mundo, además, y entonces nos agarramos de eso y hablamos.” Ojo con las intuiciones le dijeron a Jorgito y abrió la puerta y encontró al hermano curtiendo con un chabón en la pieza con un póster de Elton John (que ni sabían quién era pero les pareció que daba para ponerlo). Estaba descolgado a medias cerca de la ventana con una cortina de una especie de encaje naranja.
Creo que Jorgito a esa altura ya sabía lo que era el amor, o al menos le había probado una puntita.
Después entra la chica esta, bajita, busto prominentísimo, tacones mmmuy altos, minifalda, rush rosado y camperita de jean tipo spencer. Qué hacen acá? Se van ahora mismo, no quiero estas cosas ni en la casa ni en ningún lado. Los mandó a Alaska, como quien dice. Los puso en el freezer, opinan lo de más allá.
Eso es lo que el resto quisiera, pero lo que pasó fue en el lavadero. El Aurora tambor horizontal del 93 fue testigo. Ahora sé de qué va eso de que para entrar en el cielo no es preciso morir. Aclararía antes de que lo lleven a un compra-venta de la Juan B. Justo, por buchón.

Y Jorgito después tuvo una novia, bonita, era, si no le mirabas la oreja izquierda que todavía nadie se animaba a preguntarle por qué pero la tenía como hecha una cosa larga y finita y con un puntito de carne en la punta. Pero no era tan horrible, eh? El puntito, digo.
La novia de Jorgito estaba tomando un curso que se llamaba El mundo del arte, en un instituto de la calle Ituzaingó. Todos los miércoles a las 6 de la tarde iba. Le gustaba mucho. Se le erizaba la piel con cada cajita de alajeros que armaba. Se desplomaba en el sillón a mirar su obra, cada vez que le ponía cinta bebé azul al borde de la tapa. Suspiraba largamente y ponía una de esas grabaciones de Frijolito que había guardado de la última vez que la emitieron.
A Jorgito lo conocería de casualidad, porque él en ese momento era el chico de los mandados en Cadena 3. Todos los días se levantaba a las cuatro de la mañana y se la pasaba de acá para allá con los cafés, los diarios, los monitores rotos, los corazones estrujados de tanto bombeo al son de la música popular. Jorgito no decía nada, pero cuando ponían Dancing Queen se iba al baño y se encerraba y empezaba a tocarse pensando en la chica del ránking. La locutora no, la que atendía el teléfono. La locutora lo tenía sin cuidado porque de todas maneras era morocha. Mooorir de amor…así arrancaba Jorgito las mañanas. Enfundado en un sweater de bremer color gris, camisita blanca. Alternaba con dos. Y siempre pasaba del desodorante. Se olvidaba de comprar y como en la casa nadie decía nada…así era más natural todo, pensaba.

Ah! cómo se conocen Jorgito y Alba.
Resulta que a Jorgito un día lo mandan a buscar una caja de bolígrafos Bic negros, trazo grueso. Y sino, nada.
Sale Jorgito apurando el paso y se le cae una especie de anotador que llevaba siempre por las dudas porque le apasionaba escribir, así creía, y entonces por cualquier cosa…Se acordaba siempre de lo que leyó en el cumpleaños de 15 de su prima Roxi. Todas las viejas hechas pis debajo del mantel mientras Jorgito describía con detalle cada una de las 15 rosas con velas que había colocadas en la mesa. Eran descripciones adaptadas a la personalidad de Roxi, claro. Ah! Roxi no estaba muy emocionada por el asunto porque el día de la fiesta, unas horas antes, su novio Dari le había dicho que no la quería más y ya estaba dele franelearse con una compañera de Roxi que la invitó porque le iba a llevar unos cassettes de Locomía que ella no tenía.
Me desvío, perdón. Jorgito sale por la puerta principal y de tan rápido que va llega a la esquina en dos segundos, no ve lo que tiene enfrente porque queda medio obnubilado con unos cordones fosforescentes que venden en uno de los puestos del medio de la peatonal. La Albita llega tarde a clases así que también corre y con las cajas y las bolsas que tiene en la mano no alcanza a ver nada y se tropieza contra la anatomía de Jorgito que por esa época ya tenía unos pinchecitos de barba y se ponía gel, bastante, se ponía.
El flechazo fue instantáneo. La Albita llevaba una flecha hecha con varias pajitas lilas lisas y un corazón en una de las puntas y en la otra la punta de la flecha. Era San Valentín ese jueves que venía y había tiempo de entregar el trabajo hasta esa mañana.
Se chocaron fuerte. A Jorgito no le dio ningún reflejo para atinar a levantarse. Tenía las palmas de las manos todas raspadas. La Albita lloraba, un poco nomás, ahora tendría que pegar el angelito del medio de la flecha y otra vez tres horas con eso. No hubo insultos ni regaños porque además de las anatomías se les encontraron los ojos. El primer instinto de la pupila apuntando a la de ella le dictó a Jorgito que la Albita sería suya para siempre. Que ya no habría más confusiones ni metidas de mano en el baño de los varones. La Albita se incorporó rápido y empezó a juntar las cosas sin decir palabras. Jorgito la atosigaba con ¿estás bien, estás bien? Aunque de esos nos dimos cuenta con los subtítulos porque a Jorgito se le daba bien la palabra escrita pero a la hora de modular no era muy diestro. Locutor, lo que se dice, no quería ser, así que ni un problema. La Albita le dijo que sí con la cabeza, después de un rato y Jorgito se apresuró más y le dijo –perá, no te vaiás-. Al rato apareció con una pritty me medio en la mano y unos chicles de uva. Le acercó uno a la mano, sin pelarlo. La Albita lo aceptó y se rió menos tímida.
Al cabo de unos meses ya tendrían el primer hijo, le pondrían Jonathan o Brian o Catriel. Jorgito dejaría la radio por un sueldo mejor supervisando el stock en de un gran supermercado.
A la Albita le había salido un puesto en la municipalidad, después de tanto peregrinaje de su tía Muñeca.