jueves, 16 de abril de 2009

Qué decís que no vas a venir...

Al cerrar la puerta tras de sí, ya la había besado. Porque nadie podía verlos entonces, porque no podía sino hacerlo, porque lo apresuraba la idea del día que comenzaba.
Habían dado las doce y ya habían quedado en verse. Son más de 15 cuadras hasta su casa y no había tiempo para caminar. En la farmacia 24 horas compró un cepillo de dientes y chocolate confitado. Esperó su turno en la cola tocándose la cabeza con insistencia. Se acordaba esa canción que le daba vueltas hacía días y la cantaba con la mente: se cansó la ansiedad. Contó las monedas de vuelto como en un acto reflejo y se vio en una vitrina y sonrió acaso sorprendida. Caminó la cuadra que la separaba de la esquina dando saltitos dispares. Tenía el pelo suelto ese día, y el flequillo que apenas cubría la frente se lo había cortado hacía apenas una semana y ya estaba siendo suyo. Sus labios sonrieron apenas al dictarle la dirección al taxista. La última vez había hablado con la conductora, que era mujer, sí, y ella se había emocionado. Casi al término de la jornada, que una chica corra a ver a su amado y te lo cuente mientras vas al volante y ahí afuera la ciudad que huele a hollín más que nada… Le pareció que las dos disfrutaron ese momento. Ahora había tormenta. El calor agobiante se esfumaba con un viento tempestuoso. Conocía apenas el barrio pero llegaron sin dificultad. El taxista maniobraba bruscamente. Las vías del tren estaban cerradas desde hace tiempo aunque igual a veces pasaba uno de carga con no sabía ella qué. No es que la inquietara demasiado en ese momento, pero al menos lo pensó. Cuando cerró la puerta del taxi empezaron a caer las primeras gotas.
El timbre no funcionaba y entonces tuvo que mandar un mensaje de texto para hacer saber que había llegado. Casi al unísono él asomó su cabeza por la ventana con una sonrisa inmensa. Se escuchaba algo de música pero no pudo distinguirla. Se escucharon pasos y la puerta se abrió.
Él la besó en la mejilla, siempre sonriendo. Le preguntó si había comido mientras subían las escaleras con pasos inquietos. La primera vez que ella estuvo ahí no se notó como una vez primera. La habitación estaba iluminada por la pantalla del televisor encendida, la cama apenas arrugada en un rincón donde él se había sentado. Una silla al costado con ropa le sirvió de apoyo para el bolso. Se recostó en la cama. `El preparó té para los dos. Se tardaba un poco y ella se puso un poco nerviosa pero dejó eso absorta por la imagen que el televisor desprendía. Ya había visto la película pero de todos modos: en una habitación amoblada con esmero y dinero, no cabe ocuparnos ahora de en qué proporciones aquello sucediera, Noami Watts se desprende su ceñido pantalón corto de blue jeans y se toca hasta provocarse un orgasmo.
Bebieron el té en la habitación contigua. ´El estaba sentado en una silla, ella decidió que su sitio era al lado de una ventana que empezaba a la altura de su cintura y daba a la calle. Sin demasiada destreza, él maniobraba muchas cosas a la vez: una pipa de agua que un amigo le había traído de Estambul, el teclado de la computadora directo a una ventana de chat abierta hacía rato, la taza pegada a una pila de papeles desacomodados encabezada por una lista de compras que decía Yerba Mate, en tercer lugar. El encendedor muy cerca del monitor dio el primer fogonazo. Fumaron sin prisa y por momentos la conversación se animaba y ella cambiaba de sitio y compartían la silla y él le daba palmadas en la rodilla como nerviosas pero también de reproche. Ese día ella llevaba medias cancán color gris, una pollera corta de blue jeans y el pelo de color anaranjado. Era delgada pero no al extremo, medía un poco más de 1 metro 60 y el talle corto le sentaba pues acentuaba sus piernas largas. ´El no interrumpió la conversación en la pantalla y entonces había momentos de silencio. Ella pensó en fumar un cigarrillo pero se acordó que allí dentro de la casa no se podía fumar tabaco. Podría ir a la terraza pero su urgencia no era tal y entonces se inclinó hacia el gato que estaba apoyado en el alfeizar de la ventana y lo acarició largo rato. El gato empezaba a cerrar sus ojitos de ratos muy cortos y le gustó mirarlo.
It’s been seven nights and fifteen days, since you took your love away. .. Cantó sobre la grabación y se rieron. But nothing, I say nothing can´t take away this blue. Cause noooothing compares, nothing compares, to you…
La habitación más blanca que siempre. Ahí mismo, el día en que se conocieron y después ella habría bailado al son de un disco pasado de moda. Sus caderas se contoneaban mientras no sabía la letra pero igual jugaba al playback mientras acomodaba la noche hecha restos alrededor. ´El le pedía que cantara a veces y eso la ponía muy felíz. Nunca nadie se lo había pedido de esa forma. Salían a bailar mientras él pretendía no reparar en la cantidad de veces que otros la pretendían, iban y venían de la pista con vasos. Los separaba la cantidad de gente mientras Ingrid le contaba que le gustaba una pareja de chicos que estaban cerca del escenario que parecían hermanitos. Iban al baño juntas y hacían un saque y volvían y no podían más de la risa al mismo tiempo que se confundían con un grupo de chicas que estaban detrás hasta antes de lo del baño. Ella había pensado un día -y se los había contado a todos el día del cumpleaños de Lucía- que con el destape de la obesidad como enfermedad asumida en los medios (y vapuleada, ya) pero de todos modos, quizás los gordos no deberían salir tanto de noche pues ocupan mucho lugar en la pista.
Otra vez que salieron él le había dicho que no se molestara. Que él pagaría por los dos. Llevaba botas muy largas. El barrio más lindo que nunca. Las casas viejas y las más modernas que llegaban a los ’80, pensó. El cielo limpísimo fingió no ver cuánto ella lo deseaba ese día pero no tuvo que contenerse ni nada pues simplemente así estarían bien.
Volvieron de la discoteca pasadas las siete y con un dolor de cabeza por tanta champaña les dio por tomar Coca-cola durante años. Ella se agachó para estirar las piernas al pie de la escalera. El la abrazó por detrás y la besó en el cuello. Ella se apresuró a darse vuelta y corresponderle el beso. El le levantó la pollera verde de chantu hasta más arriba de la cintura. El strapless, también verde, no tardó en acurrucarse a la altura del cuello. Dieron pasos pequeños hacia la habitación que estaba arriba. Con mucho cuidado para no caerse y desvanecer el momento y la existencia, él la apoyó contra la pared sin apartarle los labios de los suyos. Las manos no se quedaban quietas, ella estaba prácticamente desnuda cuando se dejó caer sobre la cama. El la tomó por la espalda, le posó sus manos firmes en la cadera y la penetró desde atrás. Ella se movía despacio y con gemidos apenas perceptibles. No hablaban. El la besaba en todo el cuerpo hasta llegar a los pies. Le tomaba los pies con dulzura desde el empeine. Volvía sobre ella pero de frente esta vez. Los gemidos eran menos tenues ahora. Parecía como si llorara por momentos. Él le preguntaba si estaba bien. Ella juntaba sus manos por arriba de su cabeza entrelazándolas. Después agarraba la punta de la almohada y la retorcía. Se cubrían con las sábanas. Sin despegarse. A él le gustaba penetrarla desde atrás, claro. A ella a veces le dolía pero lo permitía porque después de algunos momentos de dolor aumentaba el placer. En momentos repetidos él le tomaba la cabeza por la frente y le corría el pelo de la cara. Todo el tiempo la besaba en los pechos y le acercaba la pelvis urgente. Le mordía el cuello apenas. Ella le mordía los labios con un poco más de fuerza. El la tomaba por la espalda, con todo el peso de su cuerpo encima. Lo encontraba distinto en cada beso. La desesperaba tanto deseo y entonces se escapaba de los brazos hacia la otra punta de la cama. Se acomodaba el pelo fingiendo un final, aunque en realidad no sabía cómo hacer para impedir el orgasmo. ´El la tomó con ímpetu hacia sí y la acostó boca arriba. Pasaron minutos incontables con el dedo índice moviéndose rápido contra su interior. Ella se mordía los labios con fuerza y arrugaba el entrecejo y gimió sin remedio. Se movía para arriba y para abajo con ansiedad. El movimiento era cada vez más insistente. Quería gritar. Sin saber por qué se contuvo. Le dieron ganas de llorar. La cama hacía ruido por los resortes. Sentía el ardor y la humedad de adentro. Le pedía que parara. Musitaba otra vez la misma orden. Abría la boca. Él metía un dedo adentro. Ella lo mordía. Le pidió subirse encima. Con su miembro dentro, los movimientos se hacían incontrolables cada vez. Cambiaron de posición y él volvió a estar arriba. Ella estiró el cuello, después de un grito ahogado dio un sonido seco, desde la garganta y los labios se relajaron.

La luz del nuevo día se colaba de a rayas a través de la persiana, su mano en la espalda de ella. La habitación más blanca que siempre.
Se despertaron tarde y ella tuvo que irse corriendo. Siempre se abrazaban antes de salir a la calle.

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