lunes, 27 de abril de 2009

Misa Criolla

Y entonces tuve que llegar un rato temprano para encontrar el lugar con el tiempo suficiente. Atravesé un arco con luces de colores, seis churrerías que prometen chocolate casero hecho con amor por altavoz. Hay un par de tiro al blanco por muñecos de peluche o pelotas de colores. Un puesto de dulces y frutos secos, otro de cocos acomodados alrededor de una mini fuente de agua.
La carpa dice La Latina sobre la entrada, es de colores blanco y rojo a rayas. Casi todas las carpas son así. En la entrada hay un reloj y una rosa de los vientos y enfrente está la carpa del PP y otra del PSC. Recién dos carpas más a la derecha hay una que replica un aire andaluz con una señora de vestido a lunares rojos y blancos y un rodete muy rígido y una suerte de peineta y aros grandes y brazos anchos y movimientos cortados y las manos haciendo rulitos y zapateo y las niñas atrás con vestidos de color blanco y azul, el pelo tirante, maquillaje en los ojos y los cachetes y las manos apoyadas en la cadera que miran a la señora con ganas de ser ellas las que bailen. La canción la canta un coro y el estribillo pide que al chico le lean la suerte a ver si esa gitana lo ama.
Mientras tanto, en la carpa que dice La Latina, desde detrás del mostrador se nota que la gente se aburre si la música es tranquila y no soportan mucho tiempo sin poder cantar las canciones por encima. Bailan tomados por la cintura y las mujeres ponen la mano sobre el hombro del hombre. Toman cerveza, la mayoría y sino gaseosas cola o zumos. Los que están atrás permanecen parados hasta que les llevamos unas sillas y mientras las acomodamos dudan si serán para ellos o no y dudan si preguntar o no y se acercan con miedo y entonces les damos el sí y algunos sonríen. Si les preguntamos qué quieren tomar de un modo demasiado amable se sienten desconcertados y te lo dicen con los ojos. La música suena tan fuerte que apenas se puede hablar. Desde una mesa de adelante me llaman para pedirme que les lleve dos cervezas más y que cómo es lo de los tamales. Cuentan las monedas delante de mí y me las tiran en la mano. La música sigue ensordeciendo y hay estrofas que dicen mesa que más aplauda y después no entiendo más y no me esfuerzo. Me pregunto qué encuentran ahí. Y si ponen bachata sí me gusta porque ahí hay que tomarse de la cintura y menear con la pareja y al final dar un saltito y otra vez para el otro lado. Hay olor a humo de los pollos al espiedo en versión peruana que hacen en una de las esquinas de la carpa. Las empanadas argentinas tienen una carne que nunca habitó las pampas. La pizza no la probé yo sino Marcela y me hace un más o menos con la mano desde la otra punta mientras da el tercer o cuarto mordisco. La temperatura bajó y cae mucha lluvia afuera y entonces la gente ya no quiere más feria y los que venden los globos rellenos de elio, de colores con fondo metálico se ponen todos juntos debajo de un alero que hay en el predio. Los globos se inclinan todos juntos empujados por el viento. Y cerca del puesto de helados está desprendida una parte de la carpa para que se vea de afuera y la gente sí toma helados aunque afuera llueva así. En el puesto de los pollos al espiedo de versión peruana la torta de frutillas tiene colores fosforescentes. Estoy al frente del puesto de helados por un momento. Entran los Latin King. Parece que antes eran pesados, ahora son adolescentes en masa. Puro reggaeton Latin Power en los jeans ajustadísimos de las chicas, las remeras gigantes y color rosa de los varones, las zapatillas que parecen unos números de más y están desprendidos los cordones, las vinchas del pelo, el pelo rapado menos en la parte de arriba y tirado para arriba con gel, una gorra de fondo negro que dice NY en letras doradas. Dos chicos se apoyan en la mesa del mantel blanco al lado de la heladera de los helados y comienzan a besarse y el love latin power y el fervor adolescente y las pelvis urgentes hacen caer la mesa y le quiebran una de las patas. Lo pensé en cuanto sus labios se chocaron la primera vez. Las señoras de la mesa de adelante me hacen un gesto con las manos que entiendo es que necesitan algo más y yo se los puedo dar. Cuando vuelvo a la barra un chico más bien bajito de unos 22 me pide una Estrella* y yo se la doy recibiendo el ticket y le digo que es fugaz, para que le pida un deseo. Creo que se mordió los labios, pero con desapruebo. En el medio de la pista que se formó con apenas el ímpetu del power latino pero esta vez a fuerza de salsa colombiana, un paki recorre la carpa ofreciendo una foto polaroid por un 5 euros o lo que sea que resulte del convenio. Desde lo más alto en la esfera de la sociedad peruana se apea contra el fondo una mamá que tiene los pechos arribísimo y unos pantalones cargo, un collar negro de pelotas grandes, la piel tostada y el pelo con claritos de corte carré. Baila de a ratitos y come con gusto y también se ríe.
A las siete de la tarde aún es muy temprano y toda la carpa está llena de latas de cerveza en el suelo y bolsas y conos de papas fritas aplastados y la mayonesa y el ketchup y los palillos para agarrarlas, más los descartables de tergopol donde se sirve el pollo y las bolsas de los cubiertos descartables y los huesos pelados a contradiente y las papas que sobran con la salsa roja encima. Decido barrer. Algunas señoras me ayudan a juntar, otros toman con prisa lo que tienen en los platos y se arriman los vasos hacia el pecho. Detrás de la barra hay tres tachos de basura sin clasificar. Atrás de la carpa todos los contenedores de basura estallan. También hay bolsas en el piso. Los parlantes emiten truenos a esta altura de mi oído. Me asusta un momento la inminencia de un diluvio que nos deje allí varados y entonces a vivir todos juntos. A reproducirnos aún más. A agolparnos contra las heladeras y qué importan las mujeres y los niños y las creencias o el Mesías y a tomarnos lo que queda en las heladeras sin ton sin son. A que una vez acabadas las provisiones comencemos a mordernos de a pedazos. A que toda la carpa esté repleta de sangre, cabellos, pendientes, monedas, colillas de cigarrillo, uñas postizas desprendidas y sólo uno de nosotros sea el que pueda salvarse pero a mí quizás sólo me queden los miembros superiores y de tanta viscocidad y basura en el suelo no alcance a salir.
Sacudo la cabeza y cierro los ojos y los vuelvo a abrir. Un chico gordito baila apretado con su esposa con pelo rojo artificio, despeinada de tanto cubata. Se dan piquitos de vez en vez y cuando para la música se acomodan frente al escenario y le piden a su amigo que no se sacó la campera que les tome una foto con una cámara analógica. Es domingo. Son las siete de la tarde. Llueve, hace frío y Marc Antoni rueda por sexta vez en el día: la quiere a morir.


*Estrella es una marca de cerveza.

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