domingo, 12 de abril de 2009

Seguridad Social

“Siempre la piñata de la fiesta, nunca el globo desinflándose en el rincón. Y perseguir al resto, estar detrás de cada demostración de in sen si bi li dad. Porque así se mide el mundo de un tiempo a esta parte. Qué cosa más difícil de explicar a veces. La sensibilidad de artista. Más allá están los libros que todavía no leí, pero hay mucha intuición en el mundo, además, y entonces nos agarramos de eso y hablamos.” Ojo con las intuiciones le dijeron a Jorgito y abrió la puerta y encontró al hermano curtiendo con un chabón en la pieza con un póster de Elton John (que ni sabían quién era pero les pareció que daba para ponerlo). Estaba descolgado a medias cerca de la ventana con una cortina de una especie de encaje naranja.
Creo que Jorgito a esa altura ya sabía lo que era el amor, o al menos le había probado una puntita.
Después entra la chica esta, bajita, busto prominentísimo, tacones mmmuy altos, minifalda, rush rosado y camperita de jean tipo spencer. Qué hacen acá? Se van ahora mismo, no quiero estas cosas ni en la casa ni en ningún lado. Los mandó a Alaska, como quien dice. Los puso en el freezer, opinan lo de más allá.
Eso es lo que el resto quisiera, pero lo que pasó fue en el lavadero. El Aurora tambor horizontal del 93 fue testigo. Ahora sé de qué va eso de que para entrar en el cielo no es preciso morir. Aclararía antes de que lo lleven a un compra-venta de la Juan B. Justo, por buchón.

Y Jorgito después tuvo una novia, bonita, era, si no le mirabas la oreja izquierda que todavía nadie se animaba a preguntarle por qué pero la tenía como hecha una cosa larga y finita y con un puntito de carne en la punta. Pero no era tan horrible, eh? El puntito, digo.
La novia de Jorgito estaba tomando un curso que se llamaba El mundo del arte, en un instituto de la calle Ituzaingó. Todos los miércoles a las 6 de la tarde iba. Le gustaba mucho. Se le erizaba la piel con cada cajita de alajeros que armaba. Se desplomaba en el sillón a mirar su obra, cada vez que le ponía cinta bebé azul al borde de la tapa. Suspiraba largamente y ponía una de esas grabaciones de Frijolito que había guardado de la última vez que la emitieron.
A Jorgito lo conocería de casualidad, porque él en ese momento era el chico de los mandados en Cadena 3. Todos los días se levantaba a las cuatro de la mañana y se la pasaba de acá para allá con los cafés, los diarios, los monitores rotos, los corazones estrujados de tanto bombeo al son de la música popular. Jorgito no decía nada, pero cuando ponían Dancing Queen se iba al baño y se encerraba y empezaba a tocarse pensando en la chica del ránking. La locutora no, la que atendía el teléfono. La locutora lo tenía sin cuidado porque de todas maneras era morocha. Mooorir de amor…así arrancaba Jorgito las mañanas. Enfundado en un sweater de bremer color gris, camisita blanca. Alternaba con dos. Y siempre pasaba del desodorante. Se olvidaba de comprar y como en la casa nadie decía nada…así era más natural todo, pensaba.

Ah! cómo se conocen Jorgito y Alba.
Resulta que a Jorgito un día lo mandan a buscar una caja de bolígrafos Bic negros, trazo grueso. Y sino, nada.
Sale Jorgito apurando el paso y se le cae una especie de anotador que llevaba siempre por las dudas porque le apasionaba escribir, así creía, y entonces por cualquier cosa…Se acordaba siempre de lo que leyó en el cumpleaños de 15 de su prima Roxi. Todas las viejas hechas pis debajo del mantel mientras Jorgito describía con detalle cada una de las 15 rosas con velas que había colocadas en la mesa. Eran descripciones adaptadas a la personalidad de Roxi, claro. Ah! Roxi no estaba muy emocionada por el asunto porque el día de la fiesta, unas horas antes, su novio Dari le había dicho que no la quería más y ya estaba dele franelearse con una compañera de Roxi que la invitó porque le iba a llevar unos cassettes de Locomía que ella no tenía.
Me desvío, perdón. Jorgito sale por la puerta principal y de tan rápido que va llega a la esquina en dos segundos, no ve lo que tiene enfrente porque queda medio obnubilado con unos cordones fosforescentes que venden en uno de los puestos del medio de la peatonal. La Albita llega tarde a clases así que también corre y con las cajas y las bolsas que tiene en la mano no alcanza a ver nada y se tropieza contra la anatomía de Jorgito que por esa época ya tenía unos pinchecitos de barba y se ponía gel, bastante, se ponía.
El flechazo fue instantáneo. La Albita llevaba una flecha hecha con varias pajitas lilas lisas y un corazón en una de las puntas y en la otra la punta de la flecha. Era San Valentín ese jueves que venía y había tiempo de entregar el trabajo hasta esa mañana.
Se chocaron fuerte. A Jorgito no le dio ningún reflejo para atinar a levantarse. Tenía las palmas de las manos todas raspadas. La Albita lloraba, un poco nomás, ahora tendría que pegar el angelito del medio de la flecha y otra vez tres horas con eso. No hubo insultos ni regaños porque además de las anatomías se les encontraron los ojos. El primer instinto de la pupila apuntando a la de ella le dictó a Jorgito que la Albita sería suya para siempre. Que ya no habría más confusiones ni metidas de mano en el baño de los varones. La Albita se incorporó rápido y empezó a juntar las cosas sin decir palabras. Jorgito la atosigaba con ¿estás bien, estás bien? Aunque de esos nos dimos cuenta con los subtítulos porque a Jorgito se le daba bien la palabra escrita pero a la hora de modular no era muy diestro. Locutor, lo que se dice, no quería ser, así que ni un problema. La Albita le dijo que sí con la cabeza, después de un rato y Jorgito se apresuró más y le dijo –perá, no te vaiás-. Al rato apareció con una pritty me medio en la mano y unos chicles de uva. Le acercó uno a la mano, sin pelarlo. La Albita lo aceptó y se rió menos tímida.
Al cabo de unos meses ya tendrían el primer hijo, le pondrían Jonathan o Brian o Catriel. Jorgito dejaría la radio por un sueldo mejor supervisando el stock en de un gran supermercado.
A la Albita le había salido un puesto en la municipalidad, después de tanto peregrinaje de su tía Muñeca.

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