viernes, 10 de julio de 2009

El golpe

Las manos que siempre le gustarían porque eran suaves, muy suaves, inusualmente suaves y pequeñas de manera nunca deseada. Flexibles para jugar, perfectas para llevarte a cualquier sitio y decir que eras para él.
Esas manos eran las más bonitas que nunca sintió, esas manos que le tenían un poco de miedo a la mirada ajena, más que el resto del cuerpo, quizás. Las mismas que se deslizaban por la espalda una y otra vez de arriba abajo, de abajo hacia arriba en esos momentos en que es preferible no decir nada.
Las manos que se estrechaban con las de cualquier otro y ella sin saber qué pasaría entonces cuando otras fuerzas le hicieran frente. ¿Sería lo mismo?
Dejaría de pensarlo alguna vez. Se esfumarían las huestes de imágenes del amor que en un momento no pudo más con el abrazo y entonces mejor la distancia.
Le perdonaría todo, menos sus manos.

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