jueves, 30 de julio de 2009

Tarjeta postal

Es la noche de año nuevo y son casi las diez y mi papá me da las llaves de la camioneta y me dice que si por favor puedo ir a buscar el cordero. Luego me da unas asaderas, de las más grandes que hay en mi casa.
Recorro las calles que me llevan al lugar que me señalaron y al final de las indicaciones me encuentro con una casa bajita, pintada de un color amarillo que esa noche clara dejaría notar.
Abro una puerta de hierro liviano, que está a la altura de mis rodillas, hay un garage al fondo y en el camino están las huellas de automóvil y un tímido pasto que marca la izquierda y la derecha. Ya puedo ver dónde están asando el cordero y es un sitio con varias parrillas y es también un patio lleno de plantas bien cuidadas. Hay geranios, aloe veras, algunas palmeras pequeñas, unas enamoradas del sol en macetas que no tienen nada pintado y muchos árboles que son paraísos.
Está la familia entera en el patio. Todos lucen dispuestos para la celebración: bañados, vestidos con lo mejor de su guardarropas, peinados y perfumados también. Están sentados en dos hileras de sillas que se agrupan en torno a un tablón de esos de madera sostenidos por caballetes.
El señor que se encarga de asar los corderos es muy amable y antes de que pase nada más me pregunta: vos de quién sos?

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