jueves, 13 de agosto de 2009

God save the Queen

Ella vive en los barrios del norte de la ciudad. Ella baila siempre en la misma disco y veranea con sus amigos en sitios de moda. Ella confirma ciertas reglas con cada uno de sus días, como todos lo hacemos, pero quizás lo recuerde así, ahora, porque me resulta más difícil cada vez abandonar la costumbre de indicar el lugar desde donde pensar las cosas que me parecen, antes que nada, injustas.
La encontré camino a mi trabajo. Estaba espléndida, a su manera: despojada de las estridencias. Venía de su casa, me dijo, estaba ahí de paso, ella nunca viene al centro. Te lo dice cada vez que puede.
Se ve que no le gustan las señoras vestidas de invierno con esos sacos gigantes como su cuerpo, que son negros y de lana sintética y tienen dibujos que casi siempre no dicen nada más. Tampoco resulta una distracción agradable a su vista ver a la gente comer helados sentados en los canteros de la peatonal, peinarse con gel y raparse a la altura de la nuca y usar jeans ajustadísimos, colores fosforescentes y cadenas de oro hasta en la muñeca. Tal vez la cuestión sea que en realidad lo que le molesta es el grado de literalidad en lo popular, la imposibilidad de trascendencia a esos mensajes que dicen lo que se lee. O que insistan en escuchar todo el tiempo canciones de amores y engaños, aunque si se detiene un momento sobre este pensamiento se da cuenta que es ahí donde su barrio y el de ellos se vuelven vecinos. De seguro que lo que más la enoja sea la falta de concentración de estas personas para descifrar el código de las tandas publicitarias que viene cada vez más dispuesto a mofarse de la realidad, a tomarse el pelo a sí mismo y siempre interpretar al más pija de la clase. Será tal vez que no confía en que un día ellos serán la masa que se subleve y en su insurrección nos libere de la opresión de estar cada día más cerca de lo que no se deja sentir.
Quizás la explicación se encuentra en que a ella le desagrada, tanto como a mí, la idea de que ninguno de los sueños que el cuerpo no se rinde a dejar de soñar serán verdad.
Por nuestra culpa, sí y la de un puñado de burócratas impedidos por la eternidad para escuchar el Himno a la Alegría.


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