lunes, 31 de agosto de 2009

Mujercitas

Me gusta cada día más un universo al que todavía no le encuentro el nombre. Tiene de todo para compartir, divertirse, llorar, emocionarse, bailar, compenetrarse con las historias de otros y soñar exilios serranos.
Ahí, viven las señoritas siempre arregladas, no importa si por dentro están ardiendo de ira. Y las otras que pueden ser grunge, usar polleritas ajustadas, vestidos de Chanel, el pelo corto o larguísimo y hacerse rubias superpoderosas de un día para el otro.
Claro que ahí también caben las que bailan sin parar al son de una bachata y son ellas las que sacan a bailar. No estamos de reivindicación de género, no, no. Estamos de reinvención dominical. Para salir para afuera y ver un poquito más allá del teléfono que tampoco hoy va a sonar.
Vuelvo a decir que me gustan esas señoritas que, con las amigas enfrente, piensan en el matrimonio y en la mesa hay unos cuantos vasos de Coca-Cola y queso y salamines. Sí, salamines. Y entonces una sugiere tocar el chelo y la otra le dice que es mejor inventar que se va de viaje: los príncipes de reino más o menos marchito aparecerán por las alcantarillas, a la vuelta de todas las esquinas, desde detrás de los bancos de la plaza, en el asiento de al lado del colectivo, en el semáforo, en la cola del Rapipago con una flor de girasol en la mano.
No me quiero olvidar de nadie y entonces recuerdo a las otras señoritas que tiran cosas cuando están enojadas, a las que saben de más cuánto es el tiempo transcurrido desde el último beso que mereció la pena ser dado, a las que se muerden los labios sin querer en el medio de la pista y a las que gritan casi todo el tiempo que la vida está ahí, de su lado, y se la van a devorar sin miedo al ridículo.
Si me dejo llevar, y sí que lo hago, pienso en las chicas a las que se les caen las cosas de adorablemente torpes que son. Las mismas que con ese ímpetu de avalancha despliegan la conversación sobre películas y galanes y libros y cuadros y monerías contemporáneas y ropa y accesorios y ofertas y ferias y formas de hacer cine y canciones y series televisivas y otra vez galanes, pero de los que te encontrás apoyados en una columna de la discoteca, sin saber qué hacer con todo eso que sienten.
Cómo las quiero…¿Cómo?
Cuánto las quiero, sería la pregunta y diría que es tanto que no me quiero ir muy lejos de esta hoja nunca más.

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