martes, 12 de abril de 2016

Congreso

La espera era de un colectivo en una calle angosta del Microcentro, cerca de unos tachos de basura. De la basura descontenida a esa hora. De una resolución rápida de ir a probar un “suchi” a precio módico en un restaurante de comida japonesa con puertas japonesascorredizas, dueños descendientes de japoneses en Congreso. De intercambio de mensajes que decían “qué ganas de un porro”. Un chico y una chica van en el colectivo sentados en un mismo asiento y una amiga más en el asiento de adelante y hablan de un cumpleaños al que van a ir en unas horas y de las horas extras de trabajo y de un supervisor que les cae bastante bien. Pasamos por el Congreso y pienso en Italia, pienso en todos los que están cansados de la ciudad y no ven esa plaza. Pienso en tu pito como neobarroco, de pasado anárquico, mezquino, feroz, maquiavélico. Me acuerdo de que a alguien le contaba la otra vez que cuando era chica y veía un mingitorio y me daba asco, casi tanto como ahora, eso es de “pitos” –pensaba- y me daba asco. Llegar a Congreso a reconocer la calle México. La calle tiene luz cálida y baja. Paso por un conventillo pintado de azul, miro apenas para el zaguán, hay una familia que sale, unas bicis apoyadas, ropa tendida. Huele a porro. Afuera hay una chica que fuma y habla por teléfono. Está sentada en el medio de unos bolsos. Habla tranquila pero dramáticamente. Me detengo porque decido pedirle una seca. No quiero estar tan cerca, me muevo algunos pasos yendo y viniendo. Le pregunto: -Disculpá, no me das una seca? No me mira, hace bien, sigue hablando, porque está diciendo “te quiero”. Decido irme y escucho que me llama: vení, flaca, me convida porro desde un “-Estaba hablando por teléfono, tomá”. El restaurante de “suchi” a precio módico, un restaurante de comida japonesa con puertas japonesascorredizas, dueños descendientes de japoneses en Congreso tiene la luz tenue. Mesas de madera con barniz oscuro, cuadradas, generosas, para 2, para 4, para 6. Algunas sillas son de recicle, con respaldares altos y angostos. Hay una pareja joven comiendo en la barra y se besan con amor. En la mesa justo enfrente mío hay otra pareja de unos 50 años cada uno, él muestra algunas canas, los dos tienen algo de exceso de peso, ella lleva un vestido de algodón con fondo blanco y flores ajustado en la cintura y falda amplia. Están sentados uno enfrente del otro, comienzan a besarse. Ella se para de su silla para llegar mejor al beso y él pregunta: -querés que dejemos la mesa? Los dos se ríen y se quedan a cenar. Las dos escenas me montan a una pregunta clásica: qué pasó con vos que te invité, dijiste que sí y el concierto al que fuimos fue mágico y la manera como yo subía las escaleras rápido y vos contemplabas mi culo fue mágico y no parábamos de ser elocuentes y reírnos y era mágico y salimos y caminamos un poco y yo que fuéramos hasta Jujuy, total era mágico y tuve que llamar por segunda vez y estaba re llena de miedo y me cruzaba con la gente en la calle con el teléfono en la mano e imaginaba que les preguntaba: “no querés llamar vos”? y fue mágico y quedamos en ir al cine un día de estos y no llamaste más? Vuelvo en mí. S. está compenetrada con las inminentes elecciones presidenciales: Yo- Un país no puede ser gobernado como si fuera una empresa. S. -“Lo que un gobierno en 12 años no pudieron hacer? el ex Jefe de Gabinete tiene negocios de tráfico de drogas, Hay un vicepresidente que está procesado en la justicia”, eso no pasa en ningún país del mundo. Yo – Simulo que me acomodo el saco, que la mesa en la que estamos en rectangular y que estamos en una reunión y el devenir japonés es Olivos y le digo: “Qué otra cosa tenés para hoy?” Salimos del lugar contra un cielo nocturno azul marinoeléctrico. Pienso en un cuadro que nunca voy a pintar: se ven tres frentes de edificios, algunos árboles, los postes de alumbrado público encendidos y focalizando la luz, en primer plano algunos rostros de mujeres que se miran entre sí y sonríen, sólo hay mujeres en la escena, es una multitud de mujeres que colma las calles. Se ven los hombros muy cerca, las cabezas de lado, mirando hacia los costados, hay rostros con lágrimas, pañuelos, hay quienes llevan sombrero, algunas están tomadas de las manos o tienen puestos los brazos una sobre las otras como indicaban en el colegio para tomar distancia. La escena se alarga hacia el punto de fuga con muchos más rostros de seriedad augusta, maltrechos, miradas hechas de profundidad, ojos que centellean al llanto. Es un exilio. Se llevan, en busca de amor.

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